Cada tercer jueves de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía, y acá, en Conectorium, le vamos a dedicar al tema, cada año que tengamos la oportunidad de llevar a cabo este proyecto, toda esa tercer semana del mes representado por Isis, la diosa egipcia que simbolizaba el tener el control sobre su propio destino, que “gobierna el cosmos, pero también libera a la gente de sus desgracias comparativamente triviales, y su influencia se extiende al reino de la muerte, que es «individual y universal al mismo tiempo»”. Lo vamos a hacer porque la filosofía, consideramos, es importante. Tan importante que consideramos imperativo un movimiento que intente make philosophy great again.
Pero, ¿por qué? ¿Para qué sirve la filosofía? ¿No es una ciencia, acaso, llena de palabreríos? ¿Se puede considerar, acaso, como una ciencia? Como un arte, probablemente; como un estudio, seguramente. Un estudio que conlleva una promesa de felicidad, como decíamos en nuestro anterior capítulo. Pero, ¿realmente es un camino hacia la felicidad? ¿O un ideal hacia el que moverse en el que de verdad haya felicidad en el camino? ¿No dice acaso el dicho que “la ignorancia es felicidad? ¿No se convierte, acaso, el camino hacia el conocimiento en un camino adictivo en el que mientras más sabemos menos sabemos? ¿En ese famoso “solo sé que no sé nada” de Sócrates que se puede interpretar como plenitud tanto como vacío? Tantas preguntas y tantas respuestas que no hacen sino multiplicar las preguntas y, paradójicamente, darnos una certidumbre llena de incertidumbres.
Voltaire toca este tema en su cuento Historia de un Buen Brahmín y en el apartado llamado Filosofía de su Diccionario Filosófico, el cual empieza diciendo:
“He peregrinado cerca de cuarenta años por dos o tres rincones del mundo buscando esa piedra filosofal llamada la verdad. He consultado a todos sus adeptos de la Antigüedad, Epicuro y san Agustín, Platón y Malenbraque, y estoy tan a ciegas como al principio. Quizá en los crisoles de esos filósofos haya una o dos onzas de oro, pero todo lo demás es residuo, caput mortuum, fango estéril, con el que nada puede hacerse.”
Y cierra con una especie de pesimismo:
“Fuera de las aseveraciones de los antiguos filósofos que he sintetizado cuanto he podido, ¿qué nos resta? Un caos de dudas y especulaciones. No creo que jamás haya existido un filósofo que haya propuesto un nuevo sistema, que no haya confesado al fin de su vida que ha perdido el tiempo. Hay que reconocer que los inventores de las artes mecánicas han sido más útiles a la humanidad que los ideadores de silogismos. El que inventó la lanzadera fue más útil que quien halló las ideas innatas.”
¿Para qué sirve, entonces, tanto pensar y pensar? ¿Tanto ejercicio de lógica a través de tantas (cada día más) ramas del conocimiento si no se convierte en un ejercicio práctico? ¿Para qué sirve beber de la fuente del conocimiento si nunca llega a saciar la sed? ¿Es este famoso amor a la sabiduría un amor egoísta? ¿Un deseo irracional por lo racional que nos lleva a un estado de individualidad máxima a través del cual comprender, paradójicamente, la universalidad de algunos conceptos? Dice Nietzsche de algunos filósofos que quieren dedicarse solamente y a nada más que a la persecución de esa fuente inagotable de conocimiento en la razón, que no termina nunca de saciar la sed infinita de búsqueda de comprensión:
“el filósofo sonríe a un optimum de condiciones de la más alta y osada espiritualidad, con ello no niega «la existencia», antes bien, en ello afirma su existencia y sólo su existencia, y esto acaso hasta el punto de no andarle lejos este deseo criminal: pereat mundus, fiat philosophia fiat philosophus, fiam!.. [perezca el mundo, hágase la filosofía, hágase el filósofo, hágame yo.]”
¿Es entonces esta incesante búsqueda una forma de amor ególatra y hedónico a la belleza provocada por un hecho estético intelectual cada vez que comprendemos? Ah, para algo debe servir comprender además de para hacernos sentirnos más vivos. Para algo debe servir este impulso que sienten algunos animales filósofos porque por algo es que existe. O ya que existe hacemos que sirva para algo. Y así; el incesante e infinito ciclo de retroalimentación y búsqueda de justificaciones, causas y efectos. Infinito, además, porque no muere de a poquito con la muerte de cada filósofo, sino que se multiplica y va ganando cada vez más adeptos — en números absolutos, porque quizás son los mismos los adeptos en términos porcentuales ya que la humanidad sigue cometiendo los mismos errores. Y aquí, una revelación, como siempre ocurre, inmediatamente luego de aclarar un pensamiento: ¿acabamos de afirmar que a mayor filosofía, menos errores? ¿Sobre qué base? ¿No es, acaso, cada afirmación de un filósofo una presunción? Presunción como vanidad y como aceptación sin tener completa certeza de lo que se está diciendo (lo que retroalimenta a la vanidad).
Tantas preguntas y tan pocas certezas: la filosofía es la multiplicación de la incertidumbre, producto de las certidumbres encontradas en el punto en que la raíz encontrada no hace más que bifurcarse hacia las profundidades. La filosofía es luz tanto como oscuridad, noche tanto como es día, mayor conocimiento que lleva a una mayor ignorancia. La filosofía es la vida de cada instante y por lo tanto, a veces tan aburrida como excitante. Y tan practicada en cada momento que es dada por sentada, y tan poco practicada conscientemente que suena a tierras desconocidas, pero una vez allí, uno se siente en casa. Pero, ¿para qué sirve? ¿Solo para eso?
Cierra Ernesto Sabato su ensayo Porvenir de la Ignoranciacon los siguientes dos párrafos:
“Al comienzo era el Caos. Con el nacimiento de la ciencia y la filosofía, el hombre fue ordenando el mundo exterior y tratando de averiguar la idea de su Autor, si lo hay. Así apareció el Cosmos, el Orden, la Ley.
Pero el afán de conocimiento desencadena una nueva especie de Caos. Salimos de la ignorancia y llegamos así nuevamente a la ignorancia, pero a una ignorancia más rica, más compleja, hecha de pequeñas e infinitas sabidurías. El mundo que ignoraba Aristóteles era casi nulo: todos los conocimientos de la época cabían en su mente poderosa; no había vitaminas, ni tensores, ni grupos, ni reflejos condicionados, ni geometrías no euclidianas. Pero la ciencia siguió avanzando y cada avance en la ciencia o en la filosofía significó una nueva ignorancia que se incorporaba al espíritu de los profanos. Cada día nos enteramos de que una nueva teoría, un nuevo modelo de universo acaba de ingresar en el vasto continente de nuestra ignorancia. Y entonces sentimos que el desconocimiento y el desconcierto nos invaden por todos lados y que la ignorancia avanza hacia un inmenso y temible porvenir.”
Y esto provoca una pesada angustia en aquellos que aman la sabiduría, en las almas curiosas que no pueden vivir sin comprender todo lo que se les cruza por el camino. Y para curar esa angustia, para eso sirve la filosofía. Sirve como bastón, sirve como mapa, como hilo conductor, como guía; sirve como camino. La filosofía es uno de los caminos a casa.